Vaya dos semanitas que llevamos. No hay día en el que no salte la liebre, en el que no estalle un caso nuevo de corrupción, otra vergüenza más que llevarnos a nuestra rutina diaria. Da la sensación, cada vez más, de que súbitamente las novelas de Francisco Casavella o Manuel Vázquez Montalbán hubieran decidido hacerse visibles -que no reales, porque existir lo han hecho siempre, sólo que bien escondidas bajo la alfombra institucional- y el resto del mundo asiste asombrado, como lo hacían los lectores, a un espectáculo grotesco, oscuro y que no parece tener fin.
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