No hay, a juicio de un servidor que escribe, mayor indicador del progreso y salud de una sociedad que su capacidad para tolerar la libertad de expresión. Es una cuestión de Perogrullo, un concepto que hoy en día cualquier persona con dos dedos de frente no dudará en aceptar y defender a capa y espada. Es tan capital que artículos como éste no deberían ser escritos nunca más. La posibilidad de poder expresar nuestros pensamientos sin tapujos, poder promover todo tipo de debates y ejercer nuestro derecho a expresarnos ante el mundo que nos rodea constituye tal vez el mayor de los dones que puede tener el ser humano; definirse a sí mismo a través de sus propias ideas y opiniones.
Eso, a priori, debería ser lo que imperase en España. A los datos, fríos y subjetivos, me remito. Recordemos: país miembro de la Unión Europea, supuesta democracia contemporánea con cuarenta años de vida, pleno miembro del llamado Primer Mundo y país que presume de poseer los valores tolerantes, modernos y punteros de la civilización actual. En la vanguardia del nuevo milenio -no lo digo yo, no se cansan de llenarse la boca con ese discurso nuestra querida clase política- desde el primer día.
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Interesante opinión que comparto parcialmente. La libertad de expresión tiene límites, igual que todos los derechos. La injuria y la calumnia es el principal límite. De hecho, en dos de los casos que citas se traspasa tal límite. En el tercero no. Lo que me pregunto es si se trataría del mismo modo a, por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera, preso político asesinado. Me da a mi que no. Que hay distintas varas de medir. El autobús de Hazte oir fue censurado por la misma que ahora dice defender la libertad de expresión. ¿Curioso, verdad?
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