«Me cago en la puta de oros».
Esta expresión, tan castiza, tan anticuada, se está convirtiendo en un mantra a mi alrededor. Recuerdo que la primera vez que apareció en mi vida fue a la tierna edad de cuatro o cinco años, mientras coloreaba un libro de Dragon Ball y mi abuelo —allá donde estés, te echo de menos, abuelo…— leía el periódico; de repente soltó tan elaborado exabrupto, que unido a su poderosa voz procedente de la Navarra más profunda consiguió que se quedara grabada a fuego en mi mente. Curiosamente la he usado muy pocas veces, quizás porque le tengo un cariño […]
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