Encontraron un libro al lado de la basura, en la playa del Bogatell y me lo dieron. Era domingo y llevaba varias horas jugando a vóley. Creo que eran las dos o las tres de la tarde, con el sol cayendo como un martillo pilón encima de quien osase pisar una arena que se asemejaba a las brasas de las primeras horas de la mañana de San Juan. A esa hora son pocas las personas que se atreven a desafiar las leyes de la supervivencia humana y juegan bajo semejante yugo. Pero, como las meigas: haberlas, haylas, y observaba a dos parejas de turistas jugando en la red mientras hacía mis cábalas sobre quién se desmayaría primero. Lo hacía bien cobijado bajo una pequeña sombrilla en la que apenas me podía salvar del inclemente sol cuando me dieron el libro. Un curioso obsequio —por las circunstancias en las que se produjo— que, lejos de ser una broma por tratarse de algo de la basura, me hizo ilusión. Lo admito.
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