
Todo comenzó con una página abierta. Las letras impresas de un fuerte color negro vieron la luz del día por primera vez desde hacía muchos años.
Ray Gómez era un hombre sencillo; a sus cuarenta años había llegado a la conclusión que no podía pedir más cuentas a su vida, de la cual renegaba desde que tenía uso de razón. Sentado en el porche de su casa —a decir verdad la de su madre— oteaba a su alrededor en busca de algo destacable en el pueblo. La calle desierta fue la respuesta a sus inquietudes.
Ciertamente Ray tenía un nombre muy extraño en aquellas tierras rurales del interior del país; al lado de los Franciscos, Josés, Antonios o Ernestos que abundaban por todos lados, resaltaba todavía más el nombre de Ray, como una nota desafinada en la engrasada maquinaria de una partitura perfecta. ¿A que se debía pues aquel extraño suceso? Quiso el azar que la madre de Ray, estando ya embarazada de él, se resguardara en el bar musical del pueblo una tarde calurosa como pocas. Allí dentro tuvo un extraño encuentro con un francés llamado Raymond que se encontraba realizando un viaje espiritual de un año alrededor del mundo. Y aquella experiencia, unida a su estado, fueron conjugados en una suerte de extraña mezcla de la cual surgió la determinación de que Ray sería el nombre escogido para su hijo. A pesar de las quejas del padre, finalmente Ray fue llamado Ray.
La parte que leí esta muy interesante, súper bueno, me encantaría leerlo…
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